Antídotos para el Falso Orgullo



Obra de Ángel Rey Vazquez
El orgullo es una concepción, un modo de ver las cosas, por el que exageramos una cualidad que poseemos –fuerza física o belleza, educación, clase social o talento- y que nos conduce a considerarnos superiores a los demás.
Esta actitud conlleva muchos inconvenientes. Bajo la influencia del orgullo, tratamos de asegurarnos que otros se enteren de lo buenos que somos. Hablamos de nuestros logros; buscamos impresionar a los demás para ganar elogios, reputación o dinero. El orgullo provoca que miremos desde arriba a aquellos que pensamos que carecen de nuestras buenas cualidades.
Cuando la presunción nos domina, resultamos realmente patéticos. Si fuéramos honestos con nosotros mismos, veríamos que bajo el disfraz no creemos que somos realmente buenos. Para convencernos de lo contrario intentamos desesperadamente persuadir a los demás de que poseemos ciertas cualidades que son excelentes. Pensamos que si otros consideran que somos importantes es que debemos serlo. En el fondo, todos nosotros, seres comunes, tenemos una pobre imagen de nosotros mismos, ni siquiera la persona con aspecto distinguido que según el modelo mundano personifica el éxito, se siente lo bastante bien. Cuando nos resulta difícil admitir nuestra propia inseguridad, la enmascaramos con el orgullo.
¿Cómo es posible que personas que parecen tener éxito no se sientan bien consigo mismas? Ellos, como nosotros, buscan en el exterior la autoafirmación, el elogio, y el reconocimiento. Así ignoramos nuestra capacidad para llegar a ser sabios y compasivos. Aunque busquemos en el exterior la felicidad y el amor propio, estas cualidades sólo pueden ser verdaderamente alcanzadas mediante un desarrollo interno.
El orgullo nos hace actuar de forma ridícula: alardeamos de apariencia física pareciendo a menudo estúpidos a los ojos de los demás. Criticamos libremente a los otros y después nos desconcierta que la gente no quiera compartir nuestra compañía. Tratamos a los demás injustamente y más tarde protestamos porque no hay armonía en la sociedad. Cuando las personas se sienten orgullosas y descuidan los sentimientos de los demás, rompen la armonía de grupo.
Aunque la gente orgullosa exige el respeto de los demás, el respeto no se puede forzar. De hecho, la sociedad respeta a aquellos que son humildes. Ninguno de los agraciados con el Premio Nobel de la Paz es frívolo y arrogante. Cuando Su Santidad el Dalai Lama recibió este gran premio en 1989, no se lo atribuyó a sí mismo sino a la actitud sincera y altruista y a las acciones que emanan de la compasión.
Podemos respetar a todo el mundo. Las personas que son más pobres, menos cultas o tienen menos talentos que nosotros poseen en realidad muchas cualidades y capacidades de las que nosotros carecemos. Cada ser humano merece ser respetado, simplemente porque tiene sentimientos. Cada persona merece al menos ser escuchada. Los que son arrogantes no pueden apreciar esto y son condescendientes e intolerantes. Las personas confiadas son amables, humildes y aprenden de todos. De este modo, crean una atmósfera de armonía y respeto mutuo entre los demás.
El orgullo es uno de los principales obstáculos para incrementar la sabiduría y desarrollar las capacidades internas. Al creerse a sí mismas cultas, excelentes y con talento, las personas orgullosas se vuelven autocomplacientes. Ni quieren ni pueden aprender de otros. Su orgullo les sume en un estado de inactividad.
Confiar en uno mismo
A menudo se confunde la confianza en uno mismo con el orgullo, a la vez que la persona asocia la humildad  a un pobre concepto de sí misma. Sin embargo, actuar con arrogancia no significa que nos sintamos seguros, y ser humilde no quiere decir que tengamos una pobre imagen de nosotros mismos. Las personas con confianza son también humildes porque no tienen nada que defender o demostrar al mundo.
Nos resulta muy difícil analizarnos con objetividad. Tendemos a infravalorarnos o a sobreestimarnos, oscilando entre los pensamientos extremos de que o bien somos inútiles y antipáticos o bien somos fantásticos. En ninguno de los dos casos hacemos una evaluación precisa de nosotros mismos porque todos poseemos algunas cualidades positivas así como ciertos rasgos de nuestra personalidad que necesitamos mejorar.
No podemos eliminar nuestros defectos ocultándolos o compitiendo con otros arrogantemente para probar que somos mejores; pero podemos reconocer honestamente nuestras debilidades y tratar de corregirlas. De igual modo, la seguridad en uno mismo proviene no de reclamar vanidosamente nuestras cualidades sino de examinar nuestras habilidades y capacidades y desarrollarlas.
En este sentido, será útil recordar que poseemos la capacidad de llegar a ser un buda, es decir, aquella persona que ha eliminado todos los oscurecimientos y que ha desarrollado completamente todas las cualidades beneficiosas. Esto puede sonar al principio como una afirmación extraña; pero a medida que comencemos a entender la naturaleza de buda y el sendero a la Iluminación, nuestra convicción y su validez se incrementarán. Esta preciosa naturaleza búdica representa nuestro noble linaje. No se pierde nunca, y nadie nos la puede arrebatar. Sabiendo esto, tendremos una base estable y realista para confiar en nosotros mismos.
Podemos aceptarnos tal y como somos y tener fe en nuestra capacidad para llegar a ser personas más amables e inteligentes. Esta visión equilibrada de nosotros mismos nos proporciona espacio mental para apreciar y respetar a los demás porque todos los seres humanos poseen ciertas cualidades dignas de consideración. Las personas seguras de sí mismas son capaces de admitir lo que no saben, y se sienten consecuentemente felices y deseosas de aprender de otros. De esta manera, sus buenas cualidades y conocimientos se incrementan.
Cuando poseemos buenas cualidades, los demás las perciben de un modo natural. No tenemos necesidad de proclamarlas. Mahatma Gandhi es un buen ejemplo de ello. Vivía y se vestía con sencillez y, en vez de alabarse a sí mismo, se mostraba siempre respetuoso con los demás. Aunque evitaba difundir sus virtudes, su triunfante trabajo y grandeza como ser humano se hicieron evidentes a los ojos del mundo.
Pacificar el orgullo
¿Qué técnicas podemos emplear para contrarrestar el orgullo? Como el orgullo es una actitud equivocada y limitadora, si desarrollamos una visión amplia podremos ver la situación de un modo más realista. De este modo, reduciremos nuestro orgullo.
Por ejemplo, si somos orgullosos debido a nuestra educación, necesitamos entonces comprender que todos nuestros conocimientos se deben al amable esfuerzo de nuestros profesores. Cuando nacimos éramos completamente ignorantes e incapaces, siquiera de alimentarnos a nosotros mismos, o de pedir lo que necesitábamos. Todo lo que sabemos –incluso saber hablar o poder atarnos los zapatos- lo debemos a la amabilidad de otros que nos han enseñado. Entonces, ¿por qué sentirse orgulloso? Sin el cuidado y la atención de los demás, sabríamos muy poco y tan sólo habríamos desarrollado unas pocas habilidades. Pensar de este modo nos libera del orgullo.
Del mismo modo, si nos sentimos orgullosos porque tenemos dinero, podemos recordar que el dinero no ha sido siempre nuestro. Si proviene de nuestra familia, o de una herencia, resultará más adecuado mostrar gratitud hacia esas personas que alimentar nuestro propio orgullo. Aunque nosotros hayamos ganado ese dinero, de cualquier modo estos ingresos provienen de otros, ya sea de nuestros empresarios, o bien de nuestros empleados, o quizá de nuestros clientes. Gracias al empresario que nos dio el empleo, o a nuestros empleados que ayudaron a que el negocio prosperara, tenemos ahora dinero. En este sentido, estas personas han sido muy amables con nosotros.
Puede que no estemos acostumbrados a recordarla amabilidad de los demás de este modo, pero si pensamos en ello veremos que es razonable. Aunque sintamos que hemos triunfado a pesar de los deseos insanos de algunos otros, de hecho nuestro solo esfuerzo no ha sido suficiente para procurarnos el éxito. Dependemos de los demás. Sabiendo esto, las personas sienten gratitud –no orgullo- hacia los demás.
Podemos sentirnos orgullosos de nuestra juventud, belleza, fuerza, o valor, pero estas cualidades son impermanentes. Quizá pensemos que seremos jóvenes, bellos y fuertes o atléticos durante un largo tiempo, pero estos son atributos fugaces. Aunque las arrugas no aparezcan de repente, vamos envejeciendo segundo a segundo, vamos perdiendo los dientes uno a uno, y gradualmente nuestros cuerpos pierden su belleza.
Nuestra sociedad intenta impedir el envejecimiento ocultándolo; pero, de hecho ese que hoy es un vigoroso deportista irá envejeciendo poco a poco hasta llegar el día en que ya anciano se sentará en la grada apoyándose en un bastón. La que hoy es una hermosa reina llegará inevitablemente a convertirse en una dama encorvada. ¿De qué podemos sentirnos orgullosos cuando vemos que nuestros cuerpos van envejeciendo paulatinamente?
Si nuestros cuerpos son capaces y atractivos, podemos apreciar estas cualidades sin ser presuntuosos. Del mismo modo, podemos alegrarnos de corazón de cualquier talento, buena fortuna o conocimiento que poseamos, pero sin ser altivos ni presuntuosos. En vez de ser orgullosos, utilizaremos cualquier cualidad que poseamos para beneficiar a los demás.
Con el fin de dominar el orgullo con respecto a nuestra propia inteligencia, basta, tan sólo, con que contemplemos cualquier materia compleja que no conocemos. Al hacerlo reconoceremos nuestras limitaciones y automáticamente el orgullo se disipará. Con una visión más equilibrada de nosotros mismos, utilizaremos nuestra energía para mejorarnos y ayudar a los demás.

Thubten Chödron
Ref.: Corazón Abierto, Mente Lúcida, Ed. Dharma

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